LA TINTA QUE LATE: UN VIAJE AL PAÍS DE LAS SOMBRAS CORTAS
Con mi vecino y amigo Cosme, planeamos un viaje al centro de Córdoba, el paraje sin árboles ni sombras.
Le había propuesto: ¿qué te parece si mañana nos damos una vuelta por la peatonal a deleitarnos viendo chicas que en el otoño florecen?
No te he hablado de vidrieras ni escaparates vedados, te he hablado de chicas, de mujeres. Y por favor subile el volumen al audífono si no nos nos entenderemos.
Cuando calentó el sol partimos entusiastas. Antes de subir al ómnibus me coloqué el corsé y el collar cervical. Últimamente andan flojos de amortiguadores. Cosme se burló de mis precauciones, les parecieron exageradas. En el salto por el primer pozo se tragó las palabras. Se les escaparon los dientes y hubo que rescatarlos, uno a uno, a lo largo del pasillo. Me aseguró que antes de salir les había dado un buen baño de Corega.
De sorpresa en sorpresa
Después de un placentero viaje sin mayores peripecias, llegamos a nuestro ansiado destino. Recién nos dimos cuenta que el obnibus nos había dejado a un kilómetro del objetivo. Fue por culpa de varios piquetes que de tantos reclamos se mezclaban con improperios al virrey Liniers.
Al fin pisamos la zona sagrada. Lo supimos cuando escuchamos el violín de los cieguitos de voces aflautadas, las bagualas de la sorda empecinada y las zamba del falso paralítico del bombo que en su desborde creativo cambia letras y partituras.
Nos sentamos en un bar y pedimos café. Cosme se tentó con una medialuna y me costó convencerlo que le costaría un ojo de la cara. Desde nuestro atalaya vimos pasar muy pocas chicas, la vista no llegaba hasta el sendero de sus travesías. Pero en ese momento de congoja, Cosme me dijo con voz apasionada: "mirá, mirá esa belleza de blanco, va y viene, te está provocando". Estalló mi disminuido ego y orgulloso fijé mi atención; era el mozo. Por favor Cosme, cambia los anteojos.
A esa altura, hacían cola ante la mesa cientos de vendedores ambulantes que trataban de convencernos de la calidad de sus productos. Un atento mozo nos trajo una bolsa de consorcio para guardarlos. Compramos patitos que navegan en fuentones, pajaritos que trinan, pelapapas que acarician, medias que no cubren ni el talón y un dinosaurio con cara de que le dolía la panza. Y hasta un folleto que vendía un pastor apasionado, donde según nos aseguró, estaban las llaves para entrar al reino. Sin dudas el señor lo ayudó, eran carísimos.
Ya cansados de tantas emociones, pedimos la cuenta. Por las dudas, me volví a poner el corsé y el collar. Temía que el monto me provocara una nueva contractura.
Y al fin emprendimos felices la vuelta, luego de observar a una jubilada contrariada, entrar a la Iglesia del Pilar gritando "viva Macri y todos los gatos".
Por el precio prescindimos del taxi, elegimos una ambulancia que nos salía más barata.
Hace dos días que no hablamos de otro tema.
¡Qué hermoso fue el viaje al área peatonal, el pequeño país de las sombras y faldas cortas!
Y de galanes y doncellas que no miran a los viejos; de poetas y soñadores, pungas disfrazados de doctores, doctores de pungas, mecheras con cara de carmelitas, curas que han perdido la fe, paralíticos que al final del día vuelven a caminar, algunos políticos sin vergüenza, desocupados desesperados, niños o viejos que tiritan al pensar que pasarán la noche cubiertos por diarios. Un loco que duerme colgado en una pérgola cobijado por madreselvas. Y el fanático pastor que anuncia el apocalipsis. Y me condena por haber probado una costilla de lechón en Semana Santa. Pobre animal, murió descuartizado y hoy es acusado de haber sido cómplice de mi pecado.
¿Cómo andan las ventas? Flojas, muy flojas. El gordo que vende las ratitas que corren impulsadas por una cuerda de elástico, es el único que se está salvando.
Adiós "dotor", me dicen cuando voy de traje. Y agregan un comentario que yo creo innecesario.: "no nos ´cague´. Somos solo laburantes".
Y los ciegos, tullidos y menesterosos que día a día llegan al oasis en busca de un mendrugo que les calme el hambre. Tome señor, es todo lo que tengo. Gracias, que Dios le devuelva más. En gratitud le tiro un dato: en San Martín y 9 de Julio está la puerta para entrar al corazón de Córdoba.
Ramón Recalde
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