LETRAS PARA EL CAFÉ: La Marmita
LA MARMITA – © Raúl Lelli
Hace muchos, muchos años ya no recuerdo cuántos de tan
viejo que soy, conocí en Bolivia a Jisme Chambi, un anciano nacido en
Huayascuño en pleno altiplano en un viaje que hice tratando de encontrar datos
de mis ancestros; en particular de mi bisabuela Sabina, a quienes los
originarios la apodaron “Mucha Mujer” dadas sus condiciones de un carácter
indomable.
Caminaba a la vera de la ruta cuando me crucé con un hombre que lo hacía al lado de un burro cargando alforjas llenas de algo, que después supe era sal y charqui de llama.
Nos detuvimos y miramos mutuamente; el silencio de ese árido suelo y el soplar del viento creando músicas andinas en las faldas de los cerros, me invitó a convidarle agua.
Era un anciano, sus ropas típicas gastadas, llenas del polvo de la Pachamama eran una escarapela; tomó con sigilo mi cantimplora y bebió con profundo placer aquella agua fresca recolectada de un manantial varios kilómetros antes de ese encuentro.
Sus ojos eran marrones, su piel cobriza y brillante y su cabello negro que se dejaba ver un poco bajo el gorro típico, tejido en varios colores. Me preguntó a donde iba contándole el motivo de mi ya largo viaje sin haber podido recabar mucha información diciéndome: - ¿cómo dijo usted que se llamaba su bisabuela? Lo que debió repetirme tres o mas veces, debido a la mezcla que hacía de castellano y quechua o aimara, hasta que comprendí.
Sin más me pidió que lo acompañase a su casa, un ranchito humilde pero precioso distante a dos kilómetros aproximadamente.
El interior era pequeño, sólo había un fogón de piedras con cenizas, una mesita desvencijada, dos banquitos rudimentarios atados con alambre y un camastro de paja, también muchos bagayos, latas con yuyos y algunos utensillos de cocina.
Encendió fuego con chalas y marlos de maíz seco y puso a calentar agua en algo que alguna vez había sido una pava.
Tomó una marmita de barro y cobre y preparó un brebaje compuesto de café, chocolate, canela y una bebida alcohólica transparente similar al ron, convidándome a tomar desde la misma marmita.
Al primer trago quedé en un limbo, flotaba en el aire y viajé para encontrarme con mi bisabuela Sabina, la misma Mucha Mujer de sus conchabados.
La vi en el Salar de Uyuni, espada en mano luchando en una imagen borrosa diciéndome que si quería saber de ella debía viajar a Potosí al salar y entrevistar a un tal Quispe no sé cuánto.
No puedo definir el tiempo que demoró ese viaje, pero al regresar estaba recostado en ese camastro mientras Jisme murmuraba una canción andina, sólo pudiendo disfrutar de su melodía, una música entradora, espesa como la miel y al comprobar mi regreso me dijo: - ¡Listo muchacho! Le he preparado un pequeño paquete con charqui y hojas de coca porque le aviene un largo viaje.
Pero le pedí permiso para pernoctar accediendo gentilmente e improvisó una cama con unos pellones de oveja y como manta un cuero de guanaco flexible como la seda.
El amanecer llegó con todo el fulgor de febo y con un té de coca hecho en la marmita que me convidó con una especie de ceremonia repitiendo en letanía la palabra “JALLALLA” y mi nombre. Al finalizar me explicó el significado de esa palabra y desde ese día la uso para personas de mis afectos.
Antes de irme envolvió en un trozo de cuero de puma algo diciéndome: - Mis ancestros me pidieron que te entregue esto en custodia porque mi tiempo se agota y debe estar en manos de alguien que ame la sangre latinoamericana; es la vasija de barro y cobre en que preparé las infusiones; hay un papel con instrucciones de cómo debes utilizarla y complacer al dios viento y a la diosa lluvia. Juntó sus manos como para rezar, se inclinó ante mi y dijo nuevamente: “JALLALLA HERMANO RAÚL” y me dio la espalda diciendo: - prosigue tu camino.
Al llegar a las minas de sal de Uyuni, busqué por cielo y tierra encontrándome con varios hombres con ese nombre, pero finalmente encontré a un anciano; un curandero que resultó ser el Quispe señalado por Sabina.
Con sólo verme dijo: - Tu eres el biznieto de Mucha Mujer ¿verdad?
Quedé de una sola pieza, pero una asistente, una kolla hermosa regordeta vestida con tantos colores como el arco iris, limpita como agua de manantial me advirtió al oído: - Don Quispe es un iluminado, un Maestro y ha estado esperándolo desde hace años.
Me ofreció sentarme a su lado y convidó una pipa con una boquilla larga la que encendió con una brasita.
Al inhalar el humo vi a Sabina nuevamente donde me relató pormenorizadamente su vida, vi, desde su nacimiento hasta el día que murió mientras me contaba un cuento y muchas cosas más que no puedo develar.
Como dije, eso sucedió hace tantos años, pero la vida o los dioses druidas, los hacedores del destino, me permitió conocer acá en mi Córdoba de Argentina a su biznieto; se llama GONZALO CHAMBI, es un músico radicado en la Paz, lleva en su sangre la nobleza de Don JISME CHAMBI quien me hizo el favor de llevarle un obsequio a una escritora boliviana llamada MARÍA ALEJANDRA BALDERRAMA PARADA.
Lo que ellos no saben es que dentro de muy poco tiempo complaceré a Don Jisme y en formal ceremonia, compartiremos un brebaje hecho en la marmita de barro y cobre tan cual reza la receta.
Caminaba a la vera de la ruta cuando me crucé con un hombre que lo hacía al lado de un burro cargando alforjas llenas de algo, que después supe era sal y charqui de llama.
Nos detuvimos y miramos mutuamente; el silencio de ese árido suelo y el soplar del viento creando músicas andinas en las faldas de los cerros, me invitó a convidarle agua.
Era un anciano, sus ropas típicas gastadas, llenas del polvo de la Pachamama eran una escarapela; tomó con sigilo mi cantimplora y bebió con profundo placer aquella agua fresca recolectada de un manantial varios kilómetros antes de ese encuentro.
Sus ojos eran marrones, su piel cobriza y brillante y su cabello negro que se dejaba ver un poco bajo el gorro típico, tejido en varios colores. Me preguntó a donde iba contándole el motivo de mi ya largo viaje sin haber podido recabar mucha información diciéndome: - ¿cómo dijo usted que se llamaba su bisabuela? Lo que debió repetirme tres o mas veces, debido a la mezcla que hacía de castellano y quechua o aimara, hasta que comprendí.
Sin más me pidió que lo acompañase a su casa, un ranchito humilde pero precioso distante a dos kilómetros aproximadamente.
El interior era pequeño, sólo había un fogón de piedras con cenizas, una mesita desvencijada, dos banquitos rudimentarios atados con alambre y un camastro de paja, también muchos bagayos, latas con yuyos y algunos utensillos de cocina.
Encendió fuego con chalas y marlos de maíz seco y puso a calentar agua en algo que alguna vez había sido una pava.
Tomó una marmita de barro y cobre y preparó un brebaje compuesto de café, chocolate, canela y una bebida alcohólica transparente similar al ron, convidándome a tomar desde la misma marmita.
Al primer trago quedé en un limbo, flotaba en el aire y viajé para encontrarme con mi bisabuela Sabina, la misma Mucha Mujer de sus conchabados.
La vi en el Salar de Uyuni, espada en mano luchando en una imagen borrosa diciéndome que si quería saber de ella debía viajar a Potosí al salar y entrevistar a un tal Quispe no sé cuánto.
No puedo definir el tiempo que demoró ese viaje, pero al regresar estaba recostado en ese camastro mientras Jisme murmuraba una canción andina, sólo pudiendo disfrutar de su melodía, una música entradora, espesa como la miel y al comprobar mi regreso me dijo: - ¡Listo muchacho! Le he preparado un pequeño paquete con charqui y hojas de coca porque le aviene un largo viaje.
Pero le pedí permiso para pernoctar accediendo gentilmente e improvisó una cama con unos pellones de oveja y como manta un cuero de guanaco flexible como la seda.
El amanecer llegó con todo el fulgor de febo y con un té de coca hecho en la marmita que me convidó con una especie de ceremonia repitiendo en letanía la palabra “JALLALLA” y mi nombre. Al finalizar me explicó el significado de esa palabra y desde ese día la uso para personas de mis afectos.
Antes de irme envolvió en un trozo de cuero de puma algo diciéndome: - Mis ancestros me pidieron que te entregue esto en custodia porque mi tiempo se agota y debe estar en manos de alguien que ame la sangre latinoamericana; es la vasija de barro y cobre en que preparé las infusiones; hay un papel con instrucciones de cómo debes utilizarla y complacer al dios viento y a la diosa lluvia. Juntó sus manos como para rezar, se inclinó ante mi y dijo nuevamente: “JALLALLA HERMANO RAÚL” y me dio la espalda diciendo: - prosigue tu camino.
Al llegar a las minas de sal de Uyuni, busqué por cielo y tierra encontrándome con varios hombres con ese nombre, pero finalmente encontré a un anciano; un curandero que resultó ser el Quispe señalado por Sabina.
Con sólo verme dijo: - Tu eres el biznieto de Mucha Mujer ¿verdad?
Quedé de una sola pieza, pero una asistente, una kolla hermosa regordeta vestida con tantos colores como el arco iris, limpita como agua de manantial me advirtió al oído: - Don Quispe es un iluminado, un Maestro y ha estado esperándolo desde hace años.
Me ofreció sentarme a su lado y convidó una pipa con una boquilla larga la que encendió con una brasita.
Al inhalar el humo vi a Sabina nuevamente donde me relató pormenorizadamente su vida, vi, desde su nacimiento hasta el día que murió mientras me contaba un cuento y muchas cosas más que no puedo develar.
Como dije, eso sucedió hace tantos años, pero la vida o los dioses druidas, los hacedores del destino, me permitió conocer acá en mi Córdoba de Argentina a su biznieto; se llama GONZALO CHAMBI, es un músico radicado en la Paz, lleva en su sangre la nobleza de Don JISME CHAMBI quien me hizo el favor de llevarle un obsequio a una escritora boliviana llamada MARÍA ALEJANDRA BALDERRAMA PARADA.
Lo que ellos no saben es que dentro de muy poco tiempo complaceré a Don Jisme y en formal ceremonia, compartiremos un brebaje hecho en la marmita de barro y cobre tan cual reza la receta.
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